No dormí tanto, las paredes de la habitación no son tan buenas y se escuchaba a los vecinos rompiendo el silencio de mi habitación. Fue un momento de maldita envidia a mi soledad.
El día fue como el anterior, con un par de reuniones productivas y algunas actividades en el trabajo. Pero quiero destacar de este día en principio dos cosas, la comida y la noche.
Cuando uno viaja, por ahí conoce ya a la otra gente que se va a encontrar o tiene el gusto de reencontrarse pero la comida por lo general suele ser una de las cosas que más rompe la rutina. Nos podemos encontrar con cosas extrañas y entre ellas sorpresas riquísimas que seguramente no volvamos a comer muchas veces más en toda la vida. Esto es interesante porque deja mucha marca sobre un viaje a otras tierras.
Segunda cosa, la noche, salir con compañeros del trabajo, a los 10 minutos estar hablando cómodamente, como si en ese instante todos quisiéramos compartir que estamos contentos de salir y buscar que ese momento que al fin llegó, se disfrute al 100%. Todo se da naturalmente o ayudamos que así sea.
Me quedo un poco más y el regalo de ese momento fue ver a una chica que jugó con alguno de nosotros al pool, en un ataque por descargar… ¿ansiedad? Andando en skate en el estacionamiento al aire libre del bar. Mis recuerdos sellan el momento que se cae de culo al piso con una sonrisa de “al menos con esto me divierto y ya no me importa hacer el ridículo”. Sobre hacer el ridículo tampoco me importa a mi ni lo veo mal, pero hay límites.
Eduardo no sabía donde quedaba mi hotel, Fabiana ya se había ido. No tengo sus celulares, ni quiero despertarlas. ¡Wendy’s! es el punto de referencia, porque queda enfrente al hotel. Damos unas vueltas y lo encontramos. Tropiezos más, tropiezos menos me acuesto y no terminé de contar 5 que estaba dormido.
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